Eufórica alegría tengo
cada viernes que te veo,
por más indiferente que te sea ahora,
a escondidas te deseo.
Cuando aquella noche de agosto
te acurrucaste conmigo,
sentí lo que nunca había sentido,
y es verdad, aún lo siento.
Tus dedos hacen un desliz suave por mi espalda,
y mi piel se eriza,
como si pasase un viento sudestada.
Después como un espejismo de verano,
desaparece,
cuando creo estar a punto de alcanzarlo, se esfuma,
seduce, y se marcha.